En estos días, en el que algunos nos ponemos meditabundos y cabizbajos por el tema de la muerte, algunos más estarán festejando pasar a otra etapa de su vida, diciendo ¡adiós! a una relación disfuncional, a una situación laboral de abuso o a una compañía poco grata.
Despedirnos de las situaciones es parte del cambio, sin embargo, podemos vivirlo como algo muy dramático, muy doloroso; o bien, como parte inherente de las circunstancias vitales… cambiar o morir; si algo nos enseña la naturaleza es que el cambio es algo permanente y que dejar el capullo para tomar el vuelo con alas propias es una realidad constante.
Cada día, una parte de nosotros muere; algunas células, algún sueño, una que otra esperanza, pero vienen otras a reemplazarlas. La muerte como la extinción de algo “vivo” es también el inicio de una nueva vida y esto no podría ser más adecuado para explicar que cuando hacemos un cambio grande, algo que estuvo vivo en nosotros, como la ilusiones, también muere y viene el cambio.
¿Has sentido alguna vez que ha muerto una parte de ti?, pues sí, hay partes de nosotros mismos que mueren y también se puede sentir un duelo con las emociones que conlleva: negación, enojo, culpa, desmotivación, etc. A veces, la muerte de estas no es parte de una decisión propia o por voluntad, sino que sucede algo fuera de nuestro control y es cuando cuesta más trabajo aceptar la nueva circunstancia, pero aprender a decir “adiós” es lo más importante, incluso, necesario.
Decir adiós, no siempre es fácil, no siempre es inmediato pero sí es fundamental para mantener o recuperar la salud mental. El poder despedirse de otra persona, una circunstancia, un compromiso o una ilusión puede ser doloroso pero como una herida que sangra y da lugar a un tejido más resistente que nos recuerda que algo pasó pero fue sanado; el dolor de un adiós, puede atormentar pero también será sustituido por una virtud más, experiencia significativa, un profundo aprendizaje o unas alas fuertes y bellas que podrás extender para volar por un nuevo camino.
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